Aunque la reconquista Española comenzó con un pequeñísimo reino de Asturias allá por el 720, en el siglo XII, tuvieron lugar batallas decisivas que permitieron la reconquista total de España. En aquellos años España estaba dividida en dos: La mitad norte gobernada por Cristianos y la mitad sur por Musulmanes.
En 1195, con la batalla de Alarcos, comenzaría la decadencia de Al-Andalus. En esta batalla, las tropas de Alfonso VIII fueron derrotadas a manos de los almohades,una batalla en la que los cristianos se toparon con una clase de soldados hasta ahora desconocida para ellos: Arqueros turcos, que usaban un tipo de arco cuya efectividad superaba al cristiano. La rapidez con la que empleaban este arma los musulmanes, llegó a convertir el campo de batalla en una lluvia de flechas. Rápidos, escurridizos y con facilidad de movilidad (debido a que prescindían de armaduras), eran varias de las características que engalanaban a cada uno de los soldados moros, frente a la pesadez de las armas cristianas y falta de movilidad por aquellas pesadas armaduras. La bribonería del rey Abū Ya'qūb Yūsuf al-Mansūr le permitía utilizar tácticas en las que su ejército fingía su retirada para que el rey castellano, confiado, avanzara tras ellos. Una vez las tropas almohades tenían lo bastante cerca al castellano, se giraban inesperadamente y corrían más veloces y más resbaladizas mezclándose entre el bando enemigo y dando muerte a punta de espada. De esta manera, obtuvieron la victoria de la batalla.
Por suerte, el rey castellano consiguió huir con vida y decidió prepararse, valiéndose de la experiencia adquirida en esta contienda, para la batalla con la que ganaría la reconquista, después de 780 años de presencia musulmana en la península: La batalla de las Navas de Tolosa.
Para Alfonso VIII, la pérdida de esta batalla se convirtió en una obsesión y tenía ansias de venganza, pues no sólo había perdido la contienda, sino que también perdió todo su prestigio y la confianza de los demás reinos que no cesaban de reprocharle. Fue entonces cuando Alfonso pidió al Papa Inocencio III que proclamara su futura batalla como cruzada, y esto hizo que militares de toda Europa acompañasen al rey por la causa. Además, consiguió que el rey de Navarra Sancho VII le diese su apoyo y los reyes de León y de Aragón cedieron miles de hombres para su campaña.
Por otro lado, los almohades, con Muhammad an-Nasir, más comúnmente llamado “el Miramamolín”, príncipe de los creyentes e hijo de mujer cristiana y del vencedor en la batalla de Alarcos, reclutó un vasto ejército de almohades, bereberes y andalusíes que sumaron unos 120.000 hombres, número bastante ventajoso frente a los 70.000 de los reinos cristianos.
VERANO DE 1212
Alfonso y su ejército, salieron desde Toledo en dirección Sierra Morena en busca del enemigo, pero a medida que iban conquistando reinos rivales, españoles y extranjeros comenzaron a tener diferencias en cuanto a la forma de castigar a los pueblos derrotados, ya que los europeos degollaban a diestro y siniestro a civiles inocentes. Esto llevó al rey a prohibir tales masacres, lo cual encolerizó a muchos extranjeros que acabaron abandonando la causa a mitad de camino, llevándose a un tercio del ejército.
Continuando su camino, las tropas cristianas llegaron a las montañas y, una vez allí, tenían que atravesar Despeñaperros para dar batalla al ejército moro, pero para su sorpresa, cuando llegaron, comprobaron que todos los pasos estaban tomados por los moros. Aquellos castellanos comenzaron a desmoralizarse y el rey Alfonso VIII, tan obsesionado con el reino almohade, todo ese tiempo que estuvo preparando su venganza, comenzó a desmoronarse. Los cristianos habían perdido toda esperanza.
De repente, misteriosamente, incomprensiblemente e inexplicablemente, en medio de la campiña apareció un llamémosle “milagroso” pastor, que les explicó que había un paso libre y que él les guiaría hasta llevarlos a un desfiladero que hoy se conoce como el puerto del rey y salto del fraile. Una vez allí, los castellanos consiguieron franquear Despeñaperros y llegar al otro lado donde se encontraba el ejército moro.
Si nos transportamos a aquel momento, justo en el campo de batalla, nos encontramos a un ejército cristiano dividido en tres cuerpos, y éstos, a su vez, constaban de tres líneas cada uno: vanguardia, centro y reserva.
A lo lejos los cristianos podían observar a un inmenso ejército musulmán que formaban un cuerpo central.
Los primeros en dar la iniciativa fueron los cristianos.
La caballería cristiana cabalgó hacia el enemigo avanzando las primeras líneas de la fuerza mora, hasta llegar al campamento de el rey musulmán. Una de las estrategias de Miramamolin era precisamente esa: cuando el bando cristiano llegase cansado, después de subir montañas con obstáculos difíciles hasta donde él estaba, atacarían con más fuerza, así que, los almohades se abalanzaron contra ellos chocando brutalmente y desorganizando las líneas cristianas. Miramamolin mandó a sus arqueros turcos que asesinaran a todo lo que se pusiera por delante, ya no importaba si era moro o cristiano.
Alfonso, que podía oler su fracaso mientras miraba cómo muchas de sus tropas se retiraban de una inminente muerte, mantuvo una conversación desde la retaguardia con el Arzobispo de Toledo:
“Don Diego y los suyo se baten a pie firme, pero no podrán aguantar mucho tiempo, el moro los ha envuelto y los ha fijado al terreno, pronto los arqueros los exterminarán, a llegado el momento. ¡Caballeros poned la carga! ¡señores, Aragon y Navarro, Santiago y tierra España!
Vos y yo arzobispo, aquí muramos.”
Fue así como venció el rey, reservándose una última masa de caballerías que arrolló la línea de combate y se plantó en la última línea de defensa de los moros, España quedaba entera en manos cristianas. Jesucristo crucificado sea con nosotros.Amén.
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